Casi imposible desligar el tema de las redes sociales de los efectos, positivos y negativos, que tienen en las actividades diarias de quienes se han sumado de manera activa a ellas. El uso abusivo de estas redes de interrelación humana ha llevado a efectos que en ocasiones acarician lo ridículo y en otras enarbolan una conducta humana solidaria ejemplar. Quizá es muy pronto para determinar si el uso de estas herramientas contribuye o no a ser mejores seres humanos, y me refiero a esto pues casi todas las herramientas han surgido para conectar de alguna manera a las personas. Al menos ese es el origen de muchas; la pregunta obligada es, ¿realmente estábamos tan desconectados? Cómo explicar entonces los numerosos estudios de prestigiosas universidades en todo el mundo que advierten que apenas comenzamos a conocer los efectos nocivos de las redes en el comportamiento humano. En si mismas las redes sociales, como muchas otras fórmulas de comunicación, no son el problema. El asunto comienza en el uso y su abuso. Quienes usan de manera no profesional las redes sociales, suelen mostrar sólo la versión feliz, la que está llena de éxitos y alegrías, y suelen olvidar aquellas situaciones frustrantes, es decir, se dejan fuera aquellas situaciones que nos hacen sentir menos o vulnerables o bien que afecte nuestra notoriedad o reputación. ”Antes, la reputación solo era buena o mala, y cuando se corría el riesgo de ganarse una mala reputación (porque se estaba en quiebra o porque te llamaban cornudo) se expiaba con el suicidio o con un crimen de honor”.* Naturalmente todo mundo aspiraba a tener una buena reputación. Pero desde hace algunos años y a raíz de la masificación de las redes sociales, el concepto de reputación se ha cambiado por el de “notoriedad”, (comenta Umberto Eco* en uno de sus artículos publicado en el 2012); y amplía el concepto; “aparentemente lo importante es ser reconocidos por nuestros semejantes pero en el sentido más banal de que los otros lo noten en la calle… “Mira, es él”. La tesis de eco es que la necesidad de notoriedad o de ser visto por quienes comparten la red social con una persona, es tan importante que hasta se está dispuesto a perder “el pudor” (que es el sentimiento celoso de la privacidad). Será entonces que la pérdida de privacidad, al menos como conocimos en otras generaciones el concepto de privacidad, es la consecuencia de la pérdida de valores; haber encontrado que los caminos a seguir han sido borrados de los mapas de la integridad. En este sentido abunda Eco, “el único modo de conseguir reconocimiento social es “hacerse ver” a toda costa. La vanidad o quizá la soberbia implícita en esta necesidad de hacerse notar lleva a los políticos, por ejemplo, a “subir” fotografías de ellos mismos, de sus familiares o bien retuiteando lo que otros ponen y, en cierto sentido, haciéndose cómplice o al menos promotor de aquello que comparte. De lo que aún no se enteran los políticos o los artistas, es que la velocidad es uno de los principales atributos de las redes. Antes de que se den cuenta del dicho ridículo o la foto comprometedora, la comunidad a la que ellos pertenecen ya se enteraron. Imposible borrar esa impresión y por supuesto hay que ser sumamente cautos en responder ¡y qué responder! El mundo de las redes sociales es tan novedoso que con mucha facilidad podemos caer en sus embrujos o redes (de ahí el nombre); es un enjambre de posibilidades que se entrecruzan unas con otras y que es visto desde la ventana de los observadores, quienes asombrados, ven cómo caen (y a veces se levantan) los prestigios; la privacidad; la reputación; etc. *Con información del libro de Umberto Eco, “De la estupidez a la locura” editado por Lumen.