La ciencia ha demostrado que la viabilidad del planeta depende de que su temperatura no se incremente más allá de los 1,5 grados Celsius. Cualquier aumento por arriba de este umbral, según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC), intensificará de manera dramática el riesgo de sequías extremas, incendios forestales, inundaciones y escasez de alimentos.
Para lograr que el calentamiento global no descarrile la vida humana, al menos en los términos en la que la concebimos en la actualidad, el sector de la energía juega un papel determinante. Puesto que produce más de dos terceras partes de los gases de efecto invernadero (GEI) en el mundo, cualquier empeño para limitar las emisiones contaminantes que provienen de la producción y del consumo de energía resultará útil para lograr que la temperatura del planeta no aumente por arriba de las previsiones científicas.
Los desafíos que plantea la crisis climática para el sector de la energía propician una reflexión sobre el papel que la seguridad energética tiene en la transición energética. En esta reflexión, queda más o menos claro que antes que pensar en la forma en que producimos y consumimos energía, primero debemos garantizar su asequibilidad. No hay que olvidar que la legítima aspiración de contar con energía segura, sostenible y moderna se construye desde una dura verdad: sin acceso a la energía no hay crecimiento económico ni estabilidad social.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) define la seguridad energética como la disponibilidad ininterrumpida de fuentes de energía a un precio asequible. A largo plazo ésta se relaciona con inversiones oportunas para suministrar energía de acuerdo con la evolución económica y las necesidades ambientales. A corto plazo se centra en la capacidad del sistema energético global para reaccionar con prontitud ante cambios repentinos en el equilibrio entre oferta y demanda energéticas.
Es en el contexto de corto plazo donde se entiende el papel tan relevante que juega la industria petrolera. Actualmente los combustibles fósiles (petróleo, gas natural y carbón) cubren el 82.8% del consumo final de energía en todo mundo (Statistical Review of World Energy 2021, BP). De ahí que todo esfuerzo que esta industria realice para reducir las emisiones de GEI, es bienvenido.
Sobre salen, al respecto, las acciones para reducir las emisiones de metano vinculadas a la producción, procesamiento y transporte de hidrocarburos, mismas que representan la segunda fuente de GEI más importante a nivel global, solo después de las emisiones de dióxido de carbono (CO2). En este sentido, la industria petrolera ha venido aumentando sus inversiones para hacer más eficientes los equipos que liberan intencionalmente grandes volúmenes de gas asociado a la atmosfera. El incremento de las inversiones también está orientado a mejorar las prácticas de mantenimiento para identificar y medir las fuentes de emisiones, así como a modernizar la infraestructura, principalmente en lo que toca a los tanques de almacenamiento, que suelen liberar a la atmosfera importantes cantidades de metano.
Una estrategia que avanza y promete mucho dentro de la industria petrolera es la de captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS). La tecnología de CCUS abarca una serie de procesos tecnológicos a partir de los cuales se captura el CO2 generado en las operaciones de la industria para después almacenarlo en el subsuelo de manera segura y permanente. Actualmente más de la mitad de la capacidad de CCUS se encuentra en Estados Unidos y Canadá, donde las oportunidades de utilizar CO2 en el proceso de recuperación mejorada de petróleo han impulsado su despliegue.
No hay que olvidar, por lo demás, que la lucha contra el cambio climático no solo puede abarcar acciones que contemplen ajustes a la manera en que se produce la energía. Debe incluir, también, medidas para modificar la forma en que se consume la energía. En este sentido, la economía circular representa un motor para la acción climática y la transición energética toda vez que supone un cambio cultural en la manera en que entendemos el sistema productivo y de consumo.
Este nuevo modelo económico está orientado a la creación de nuevas oportunidades de negocio y formas innovadoras que permiten producir y consumir de manera más eficiente con base en la “reducción, reutilización y reciclaje” de materias primas. La economía circular reduce la necesidad de productos primarios, disminuye los costos de la energía al aumentar la eficiencia energética, minimiza la generación de residuos, transforma los residuos en nuevos insumos, incrementa la permanencia de materiales y productos más tiempo en el círculo económico, genera oportunidades sociales y fomenta modelos de carácter colaborativo (Potencial de la economía circular en el sector energético, Fundación para la Sostenibilidad Energética y Ambiental). Este modelo económico ha venido a remplazar al modelo lineal, intensivo en la extracción de recursos y generador de un alto volumen de residuos y de GEI.
En el camino hacia la descarbonización de las actividades económicas, con miras al 2050, el sector energético global encuentra oportunidades de transformación en los pilares de la economía circular. A las tradicionales actividades de mejora de la eficiencia en la producción y en el suministro de energía, se suman oportunidades para acelerar la transición energética en la electrificación del consumo final de la energía y en el impulso de nuevas tecnologías, como las vinculadas a la producción de hidrógeno.
Por Arturo Carranza Guereca
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