El fantasma de la recesión apareció en Estados Unidos hace un año, con la publicación del PIB del primer trimestre, el cual sorpresivamente mostró una contracción trimestral, la primera después de la recesión ocasionada por el Covid19 en 2020.
La contracción del PIB en el primer cuarto del 2022 en Estados Unidos se debió a un dólar fuerte, que llevó a que las exportaciones netas cayeran. Los incrementos en tasa de interés apenas empezaban, pues la Fed tenía la convicción que la inflación subía por un efecto matemático de baja base de comparación. Bajo este contexto, la contracción del PIB no implicaba una recesión en Estados Unidos, pero abrió la puerta a la preocupación.
En el segundo trimestre el PIB volvió a contraerse y con esto se habló de una recesión técnica. Esta vez el PIB se contrajo debido a una caída en la inversión residencial, como consecuencia de los incrementos en la tasa de interés. Además, el consumo mostraba ya un debilitamiento por las presiones inflacionarias y las mayores tasas de interés. En este contexto los analistas empezaron a hablar de la posibilidad de una recesión provocada por la Fed para combatir la inflación, es decir un ‘hard landing´.
En el tercer y último trimestre el PIB volvió a subir y los temores de recesión se disiparon, al menos para el corto plazo. Quedaba todavía la posibilidad que las agresivas subidas en tasas de la Fed terminaran agotando al consumo, pero cada vez se alargaba más el periodo en que la economía de Estados Unidos podría caer en recesión. Aunque la inversión de la curva de rendimiento seguía anticipando una recesión, la tasa de desempleo seguía bajando llegando a niveles no vistos desde 1969.
Entre la división de si habrá o no recesión llegó el desorden bancario a Estados Unidos el 9 de marzo, con la noticia que bancos como Silvergate, Sillicon Valley y First Republic estaban enfrentando escasez de liquidez por haber tenido que asumir las pérdidas de sus portafolios de largo plazo, ante la solicitud de depositantes preocupados que querían su dinero. Aun y cuando estos problemas tenían su origen en valuaciones de portafolio de largo plazo, el temor sobre la estabilidad del resto de los bancos en Estados Unidos ocasionó que la Fed tuviera que salir al rescate, abriendo de par en par su ventanilla de descuento y ofreciendo préstamos de emergencia a plazo.
Con el riesgo latente de corridas bancarias, depositantes atentos a los niveles de cartera vencida y cualquier indicio que implicara falta de liquidez, los bancos se volvieron cautelosos en sus créditos.
Es bien sabido que en Estados Unidos las personas compran casi todo a crédito. Los datos históricos muestran que basta con una desaceleración del crecimiento en el otorgamiento de crédito para que Estados Unidos caiga en recesión. Con esto en mente sorprendió cuando se publicaron las cifras de otorgamiento de crédito de las semanas terminadas el 22 de 29 de marzo, que mostraron la mayor contracción del crédito en la historia de Estados Unidos.
Por otro lado, la encuesta que realiza la Fed de Nueva York reveló que 55% los encuestados respondieron que ahora era más difícil conseguir un crédito en relación a hace un año.
Por si fuera poco, el indicador ISM manufacturero se ubicó en marzo en 46.3 puntos, indicando contracción en el sector y acercándose al nivel de 44 puntos, que históricamente ha marcado el inicio de una recesión en Estados Unidos.
Con esto en mente, es muy probable que Estados Unidos esté en recesión o esté por entrar en una. Lo único que podría hacer que la esquivara sería una recuperación rápida del otorgamiento del crédito. No obstante, esto eventualmente llevaría a una bola de nieve en pago de intereses, que eventualmente llevarían a una contracción del consumo y una recesión.
Por Gabriela Siller Pagaza
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