La compleja relación comercial entre México y Estados Unidos tuvo un parteaguas histórico a partir de la negociación y aprobación del TLCAN, mediante el cual se “rompió la fatalidad histórica de la vecindad con EUA e inició la construcción de un destino compartido en una relación comercial próspera y estable”. Lo anterior fue escrito en diciembre pasado por el expresidente Carlos Salinas de Gortari en un ensayo en Reforma, mediante el que describe con claridad las vicisitudes contemporáneas de un tango muy difícil de bailar, en las que él supo capitalizar una oportunidad irrepetible para institucionalizar una relación que diera perspectiva de largo plazo y colaboración en ambas partes. El ensayo del expresidente no abarca otros aspectos políticos que resulta importante recordar, dado que la coyuntura que enfrentamos ante el futuro gobierno del Presidente Trump nos obliga a recurrir a herramientas formales e informales para defender los intereses de México. Si bien nuestro sistema constitucional, presidencial y federal está inspirado en EUA, éste ha sido más bien una copia en papel que no ha se ha impregnado en nuestra cultura política, que ha sido ineficaz para construir un Estado de Derecho y sobre todo, no ha permitido perfilar un crecimiento económico basado en la libre empresa, conocimiento y competencia. En esta relación bilateral debe recordarse que durante la Guerra Fría la posición de la ideología nacionalista revolucionaria fue generar equilibrios en pos de garantizar los principios de no intervención y autodeterminación, lo que generó ambigüedad por ambas partes. Así, la defensa de estos principios fue el pretexto perfecto para cerrar en México las puertas a la globalización y democratización, que eran compatibles con la filosofía liberal y capitalista de Estados Unidos. Por eso es que más que compartir una cultura política, económica y social, siempre hemos sido vistos por EUA como un espacio para hacer negocios hasta donde rindan sus inversiones, un país tropical donde los gobernantes se enriquecen impunemente, y donde los monopolios han sostenido artificialmente a una clase política que no rinde cuentas ante su incapacidad de impulsar el crecimiento. El TLCAN no cambió lo anterior, solo dio garantías comerciales e industriales, y representó el primer paso para que México construyera una sólida red de acuerdos con socios estratégicos en todo el mundo. Un caso notable es el Acuerdo con la Unión Europea, en la que no solo se establece un sólido capítulo comercial, sino que se incluyen una serie de principios y valores de carácter democrático y de derechos humanos. Esto nos debe dar la pista hacia dónde construir canales de negociación vinculantes con EUA y Canadá que amplíen el alcance del TLCAN. Existen dos ejemplos evidentes: combate a la corrupción y protección de los derechos de propiedad. El primer terreno es urgente y encontrará un aliado en EUA, quien ha tenido que implementar regulaciones internas respecto de prácticas de corrupción en las que incurren empresas estadounidenses en el exterior, para así evitar que la corrupción en otros países incida en la competencia interna y que se contagien los corporativos de malas prácticas. El segundo tema implica fortalecer tribunales y mecanismos de solución de conflictos en donde se haya perjudicado la propiedad, el cumplimiento de contratos y prácticas fraudulentas. Si bien estos temas no son parte del ADN de nuestro gobierno federal, deben incluso verlo como una forma de supervivencia. De esta manera, el gobierno mexicano debe evitar que los avances institucionales se derrumben, pero también en redimensionar la relación, que desde hace tiempo muestra un agotamiento que hoy padecemos. Por estas razones es que deben explotarse todos los canales extragubernamentales, no limitarse al establishment en Washington y consolidar una efectiva comunidad binacional que comparta valores y principios democráticos y comerciales. Es decir, pensar menos como burócratas y más como constructores de una identidad regional. Ir en esta dirección nos permitirá impulsar valores cualitativos que no explican las áridas cifras de intercambio comercial y avanzar en la construcción de una comunidad de confianza basada en valores compartidos. Sembrar en estos espacios informales es una tarea de largo plazo, pero es la vía para construir una relación estable y colaborativa de valor social, democrática y empresarial. Solo con estas medidas se podrá avanzar en el fortalecimiento de esta región de pertenencia y de mayor competitividad que describe el expresidente Salinas, para que los tres socios lo impulsemos frente a otras regiones con las que competimos. Sin duda, esta adversidad es el momento para profundizar proactivamente en nuestra integración a partir de valores compartidos. Este camino exige la participación de actores sociales, académicos, empresariales y políticos, trazar una agenda de largo plazo y prepararse para fuertes obstáculos. Posdata para el corto plazo: El caso de Ford fue muy emblemático, pero también el de Carrier y las amenazas contra GM y Toyota. Las empresas están tomando decisiones y definiendo sus costos efectivos ante un escenario incierto y de inéditas presiones políticas. Estas acciones “proteccionistas” inician la era de un nuevo policía comercial, que contradicen los valores de legalidad y libertad empresarial. Sin duda, las amenazas generan temor, pero con un solo caso en contra, cual Goliat, se derrumbaría esta estrategia. Existen instancias y procesos que esperemos el gobierno mexicano haga valer. Bernardo Altamirano Rodríguez @beraltamirano