Nadie puede negar que el país vive, desde hace mucho tiempo, con un nivel de tensión social no visto desde la época de la revolución. La inseguridad, la mala distribución de la riqueza nacional y la constante pérdida de valores que nos den identidad y asociación como un solo grupo son la explicación de eventos como lo sucedido en la carretera México-Pachuca. En varias zonas del país, cada vez más grandes en extensión y numerosas, puede sentirse la ausencia del estado mexicano, podemos incluso ver cómo otros “factures” de poder han llenado el vacío dejado por las instituciones encargadas de procurar la justicia y regular la convivencia social. Los momentos vividos, por alrededor de 20 horas, en las inmediaciones de San Juanico en el Estado de México deben ser tomados muy seriamente por las autoridades de los tres niveles de gobierno pues son apenas un aviso de lo que puede suceder en otros lugares y peor aún, simultáneamente. Por ejemplo, algunos de los pobladores vecinos a la base militar de Santa Lucía han expresado públicamente que no desean tener un aeropuerto y es sabido que son un grupo muy rijoso en sus protestas. Los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) son maestros en bloqueos y protestas violentas que se caracterizan por su duración que termina desgastando al gobierno estatal y federal provocando una negociación que sólo perpetúa el ciclo. Los huachicoleros en Puebla son cada vez más “atrevidos” y realizan sus actividades sin pudor ni temor de las autoridades electas por los ciudadanos. En Guerrero, Chiapas, Veracruz y Michoacán las extorsiones y secuestros son cada día más numerosas. Pero eso no es todo, la cada vez menos nutrida clase media mexicana vive momentos que la acercan a la extinción sin que sus autoridades tengan un plan real para revertir los efectos de décadas de malas políticas económicas. La clase empresarial vela armas ante la inminente llegada de un grupo al poder no proclive a sus propuestas. Por último, una sociedad civil organizada que se siente amenazada por un grupo de ciudadanos que están hambrientos de revancha y “justicia” contra los que tiene más. Todas estas variables son parte de una ecuación que Andrés Manuel López Obrador deberá resolver, o cuando menos, tratar de equilibrar día a día desde el próximo 1° de diciembre. Y esto apenas es lo primero que el próximo Presidente leerá, porque ya lo sabe, en el informe que se le entregará para después tener que llamar a su Secretario de Seguridad Pública, a quien acompañarán la Secretaria de Gobernación, de Defensa Nacional y el Jefe de la Oficina de la Presidencia. Sin embargo, viendo la forma de proceder en los últimos meses del Presidente Electo, de equipo cercano y su mayoría en el Congreso Federal no me queda claro cuáles son sus intenciones. Me preocupa porque, en resumen, nuestro país es hoy un polvorín listo para explotar y pareciera que Andrés Manuel y su gobierno quieren ser la chispa que falta.