Entre muchos eventos que se aceleraron con la pandemia, la violencia de género ha sido la más trágica. Aunque existe una subrepresentación, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública en 2020 se recibieron más de 260 mil llamadas de emergencia por violencia hacia las mujeres. Les simplifico el cálculo, más de 700 diarias en promedio. La apatía con la que AMLO ha tratado los feminicidios y su más reciente “ya chole” para apoyar a Salgado Macedonio, enmarcan el retroceso de lo que la lucha contra la violencia de género había avanzado en el país. La postura del presidente valida y empodera a personajes como Salgado y abre espacio a la normalización del machismo mexicano y la impunidad frente a la violencia.  

Como cada año, aprovecho el 8 de marzo para llamar a la reflexión sobre esas situaciones cotidianas que acentúan y perpetúan la violencia de género. Para la gran mayoría de hombres y mujeres, las agresiones físicas y sexuales, quedan claramente delimitadas. Sin embargo, existe otro tipo de agresión más difícil de catalogar y evaluar en una escala. Como en todo, los extremos quedan claros y formamos opiniones severas; sin embargo, las gamas de grises son mucho más confusas. 

Hace poco, una amiga me platicó que fue víctima de “gaslighting”, una forma de abuso sicológico en el que se manipula de tal manera a una persona que termina por cuestionarse su propia memoria, percepción o juicio. Normalmente, el gaslighting implica una constante desvalorización de la persona, que acaba por dudar de sí misma para evitar la desaprobación de su comportamiento y vive con miedo de tomar decisiones. El abusador necesita tomar el control del comportamiento de la otra persona y suele usar frases como “eres demasiado sensible”, “las cosas no fueron así”, “lo hago porque me importas”, “es tu culpa que yo reaccionara así” posterior a insultos o abusos. También, el gaslighting suele venir acompañado de un aislamiento de la víctima por miedo a nuevos insultos o ataques, deja de buscar a su entorno social y centra su autoestima en una sola aprobación. Al ser un abuso “sutil”, cuesta más trabajo identificarlo y establecer límites para eliminarlo. 

Aunque había notado ciertos comportamientos de indecisión, temor y aislamiento, desconocía que mi amiga estuviera atravesando por algo así. Su confesión me ha llevado a reflexionar sobre todos aquellos comportamientos que las mujeres normalizamos y que atentan contra nuestra salud mental y nuestra paz.  Hemos incorporado frases desde el común “piropo” sobre nuestro aspecto físico hasta frases tan elocuentes como “son hombres, no los vas a cambiar”, “para que te expones”, “es tu culpa por venir así vestida”, “tú te pusiste en la mira”. No, ninguna mujer quiere ser abusada, ni ningún abusador llega con su carta de presentación de “soy abusivo y machista”. Tenemos que desnormalizar estas actitudes. 

La violencia de género va desde el más “inofensivo” comentario en la calle, hasta los más crueles feminicidios. Alguien muy sabio me dijo: muchos hombres creen que por no violar o no matar a sus parejas no son abusadores. Sin embargo, dejan de lado las micro conductas agresivas o pasivo-agresivas con su esfera más inmediata que los convierte igualmente en abusadores. Como mujeres, conocer estas conductas, poder delimitarlas y frenarlas a tiempo, nos empodera para ir desnormalizando las actitudes machistas. Conocer, entender y rechazar los diferentes tipos de abuso sicológico y emocional, también es parte de nuestra lucha. 

Como cada año, agradezco a las mujeres de mi vida, que me inspiran cada día a luchar por construir un mundo más equitativo. Mi mayor respeto a la amiga que inspiró esta columna y a todas aquellas mujeres que sufren o han sufrido algún tipo de violencia física, sexual, sicológica o emocional. También, agradezco a los hombres feministas no sólo de ideología sino, sobre todo, de constante actuar que nos acompañan en la batalla. Aquellos hombres que bajo ninguna situación justifican insultar a una mujer, que educan con el ejemplo, que respetan, que admiran, que pelean frente a cualquier injusticia o maltrato hacia cualquier mujer. A todos, muchas gracias, la lucha continúa. 

Por Daniela Blancas

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