El peso ha sufrido de una alta volatilidad desde 2008, cuando iniciaba la crisis financiera de Estados Unidos. El peso, al ser la moneda más líquida de Latinoamérica, está sujeta a la especulación y a los cambios en los portafolios de inversión a nivel internacional. Si el tipo de cambio es muy importante para una economía, ¿por qué no imponer un control de cambios, en lugar de un régimen cambiario de libre flotación como se tiene hoy en día? La trinidad imposible o el también llamado trilema de Mundell-Fleming, es una imposibilidad que enfrenta cualquier economía que está abierta al flujo de bienes, capitales y/o personas. Dice que un país debe de escoger dos de tres principios: libre movilidad de capitales, política monetaria autónoma o tipo de cambio controlado. Un país que busca libre movilidad de capitales y una política monetaria autónoma (como es el caso de México), no puede tener control cambiario y debe permitir un tipo de cambio flotante. Un país que busca una política monetaria autónoma y un tipo de cambio controlado (como es el caso de China), no puede tener un libre flujo de capitales. Por último, para tener un tipo de cambio controlado y libre movilidad de capitales, se tiene que abandonar la posibilidad de una política monetaria autónoma. Como ejemplo, supongamos que un país tiene un régimen cambiario flexible y un flujo libre de capitales, a la par de una política monetaria autónoma. El país entonces decide adoptar un control cambiario, mientras que el banco central busca una postura acomodaticia. Las bajas tasas de interés harían que los inversionistas busquen activos con mayores rendimientos en el exterior, ocasionando una salida de capitales (comportamiento esperado). Sin embargo, esto también haría insostenible mantener el control cambiario de manera indeterminada, pues se agotarían las reservas internacionales. Para el caso de México, los flujos de inversión extranjera directa y de cartera se han convertido en pilares importantes por lo que no sería viable la consideración de un control de capitales. En el caso de la inversión extranjera directa (IED), esta ascendió a 26.74 mil millones de dólares en 2016, representando el 2.5% del PIB de ese mismo año. La IED representa un motor del crecimiento económico y de mejoramiento en la productividad, que en el largo plazo desemboca en un mayor desarrollo. Por su parte, la inversión extranjera de cartera (IEC) que México recibió en 2016 fue de 28.65 mil millones de dólares, mostrando un aumento de 40.59% respecto a 2015 y representando 12% del valor de capitalización promedio en 2016 de la Bolsa Mexicana de Valores. Cabe recordar que sólo una parte de la IEC se invierte en la bolsa, pues el resto va al mercado de dinero, particularmente en instrumentos gubernamentales (47.2% entre 2008 y 2016). Al 4 de abril, el 35.4% de los valores gubernamentales en circulación están en posesión de residentes del extranjero. Es importante señalar que la IEC hace posible que el mercado financiero crezca, lo cual en teoría le da mayor eficiencia. Los mismos participantes de una economía de mercado tienden a ver el libre flujo de capitales y la flotación cambiaria como una opción funcional que a la vez permite el control de la inflación y la certidumbre económica. Cualquier demostración de un cambio en el esquema hacia un control de capitales que permita la fijación cambiaria sería vista como un paso hacia atrás, pues en principio inhibiría la inversión y sembraría dudas que sobrepasarían la certidumbre cambiaria obtenida. Lo más cercano a un control cambiario es la procuración de una flotación cambiaria ordenada, como la ha llamado Banco de México. Esto implica que la Comisión de Cambios puede actuar para moderar la especulación o intervenir, como lo ha hecho. Las intervenciones sirven para proveer liquidez al mercado, pues en ciertas condiciones la baja liquidez puede ocasionar episodios de volatilidad y presiones sobre la paridad cambiaria que la lleven artificialmente a niveles lejanos de un equilibrio. Así, es posible tener cierto grado de certidumbre cambiaria, pero manteniendo el libre flujo de capitales y una política monetaria funcional, enfocada a procurar el poder adquisitivo de la moneda y quedando el tipo de cambio como el amortiguador de la economía ante choques externos. Gabriela Siller Pagaza Ph.D [email protected]