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Columna

Apuntes de comunicación

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Las nuevas tecnologías de la comunicación están sin duda cambiando y ampliando la manera de publicitar o promocionar productos o servicios, y en esa ruta, el aval personal de un personaje conocido (Influencer) puede ser un factor clave (o eso quieren que creamos).   El término “influencer”, en una búsqueda superficial en internet, hace coincidir varias definiciones: “aquellas personas con cierta credibilidad y posible influencia sobre un tema concreto”. Las opciones digitales de pronto ofrecen a un “influencer” para que, entre otras cosas, se fotografíe con un producto o interactuando con un servicio; pasando junto a un restaurante, etc.   La lógica es simple: “si él/ella lo hace, compra, viste…, entonces yo también lo haré”.   Si seguimos esta ruta, entonces comprendemos los abusos que hacen aquellos que cobran por enviar un twit a sus miles (algunos presumen millones) de seguidores o bien por escribir en su muro del Facebook algo relacionado con lo que le piden.   En EU, por ejemplo, donde la regulación llega con varios años de antelación que en los países latinos, las autoridades han informado a las celebridades que tienen que dejar suficientemente claro cuando reciben pagos (en efectivo o en beneficios) de las empresas que los contratan. Ya no será suficiente con avisar en un breve “hashtag” en el pie de foto o video, #AD, indicativo de advertisement, en los mensajes que publican en FB, Intagram o Snapcht. Si no lo especifican con más claridad las autoridades de ese país “irán por ellos”.   Son anuncios encubiertos y mucha gente lo sabe; el problema no es para quienes se dan cuenta y saben que son anuncios pagados , sino para quienes caen en una trampa tan antigua como la publicidad misma.   Hay algunas otras redes sociales que se manejan de una manera menos obvia e incluso profesional, y que destacan las categorías de influencia con actividades más serias.   Algunos blogueros que de manera espontánea circulan ideas completas (o sea no de 140 caracteres) y que invitan a otros a escribir su opinión. Linkedin es un ejemplo masivo de estas actividades de comunicación, pues es capaz de organizar comunidades en torno a un tema. Se discute, se analiza y se encuentran posibilidades para llegar incluso a conclusiones sin que esto sea imposición para nadie.   La puerta abierta para comentar, opinar o hasta sancionar permite atraer a mucha gente interesada (ellos si) en un tema o propuesta discursiva.   Las preguntas, que no por obvias tienen un menor valor, deben seguir siendo: ¿realmente voy a vender más si este “influencer” manda un “anuncio oculto” en sus twits? Similar a los ejercicios de raiting en radio y TV así como de lectoría de los medios impresos, cabría la necesidad de preguntarse; de evaluar la calidad de la “influencia” del personaje seleccionado.
  • De sus seguidores, ¿cuántos son realmente posibles consumidores de mi producto?
  • ¿Cuántos de esos se encuentran en el ámbito de compra de mi producto o servicio?
  • De esos, ¿cuántas son cuentas reales y cuántas son cuentas ficticias?
  • ¿Cuántos tienen la capacidad de compra de mi producto?
  Si después de esta disección aún quedan algunas cuentas (que no personas) y luego de todas estas respuestas (y por supuesto algunas mas que no incluí en esta reflexión) ¿creen ustedes que convendría aplicarle algún algoritmo que apunte y distinga la volatilidad o lo efímero de estos medios?.   Es decir, ¿cuánto dura un twit? ¿cuánto dura un Trending topic? ¿sigue siendo atractivo mercadear en las redes?   Hasta el próximo apunte.

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