En tiempos tan complejos y fascinantes como los actuales, la transición energética tiene un significado muy particular. Parte fundamental de ello radica en el papel que juega como herramienta para hacer frente a los devastadores efectos del cambio climático. Dado que el sector energético aporta tres cuartas partes de las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) en el mundo, la forma en que se produce y se consume la energía es clave para evitar los peores efectos que derivan de las modificaciones en los patrones climáticos. 

En línea con lo anterior, se puede decir que la transición energética también es relevante porque la reducción de los costos de las energías renovables, atribuible sobre todo a mejoras tecnológicas, hacen que la energía sostenible sea cada vez más competitiva frente a los combustibles fósiles. En 2020, por ejemplo, un dólar invertido en proyectos eólicos o solares generó cuatro veces más rendimientos que un dólar gastado en las mismas tecnologías 10 años antes.

Esta es una de las razones que explica por qué en los últimos años el número de países que se han comprometido a alcanzar cero emisiones para 2050 haya aumentado significativamente. No cabe duda de que hoy existe una consciencia firme con respecto a la necesidad de descarbonizar progresivamente las actividades económicas para mantener las temperaturas del planeta al alcance de la meta de 1.5° Celsius. Nunca la voz del secretario general de Naciones Unidas había retumbado tan fuerte como cuando a principios de este mes lanzó una alerta letal sobre la necesidad de eliminar el uso del carbón y los combustibles fósiles, antes de que ello cause la destrucción de la tierra.

Queda claro que el camino hacia las cero emisiones no solo reclama del despliegue de tecnologías y de la cooperación internacional. Además, exige grandes inversiones, innovación y nueva infraestructura, así como de talento y capacidad para diseñar e implementar políticas públicas. La participación de los ciudadanos en esta ecuación también debe estar presente si consideramos que las emisiones acumuladas pueden reducirse 55% a partir del cambio en los hábitos de consumo de las personas.

En este proceso, es pertinente recordar que las naciones participan en la transición energética desde diferentes lugares. Los mercados emergentes y las economías en desarrollo, concretamente, solo representan un quinto de la inversión global en energía limpia, aun cuando constituyen dos terceras partes de la población mundial. Por si fuera poco, el daño causado por la pandemia ha sido más duradero en estos países: la recesión económica que generó el coronavirus ha sido más profunda en las economías en desarrollo, haciendo que su capacidad para impulsar una recuperación sostenible sea más limitada.

Por lo mismo, si la transición energética y la inversión en energías limpias no se aceleran rápidamente en estas naciones, el mundo enfrentará un mayor desafío con respecto al cambio climático. Hay que tomar en cuenta que la mayor parte del crecimiento de las emisiones de GEI en las próximas décadas vendrá de los mercados emergentes y de las economías en desarrollo.

Fomentar las condiciones necesarias para un rápido despliegue de tecnologías limpias en los mercados emergentes y en las economías en desarrollo es uno de los mayores retos de nuestro tiempo. Abordar la necesidad de construir modelos de desarrollo que respondan a las aspiraciones de los ciudadanos al tiempo en que se evitan las emisiones contaminantes que otras economías alcanzaron en el pasado, es hoy más pertinente que en ningún otro momento. 

Desde esta óptica, en la que los países buscan alcanzar un mismo objetivo desde diferentes lugares, México ha actualizado su Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) para comprometerse de manera no condicionada a reducir sus emisiones de GEI en 22% y las de carbono negro en 51% al 2030 con respecto al 2013. En aras de este compromiso, el país se propone reducir, en el periodo referido, el 31% de las emisiones causadas por la generación eléctrica y el 14% de las emisiones originadas por el petróleo y gas.

Para reducir las emisiones en generación eléctrica, México se ha comprometido a incrementar la participación de energías limpias en la red eléctrica nacional, fortalecer y optimizar la infraestructura eléctrica, y fomentar la implementación de tecnologías innovadoras en almacenamiento y redes inteligentes. Para reducir las emisiones en petróleo y gas, se ha comprometido a fomentar la optimización de los procesos de los sistemas de refinación y procesamiento, así como a implementar una Política de Reducción de Emisiones de Metano (Contribución Determinada a Nivel Nacional Actualización 2020).

Tomando en consideración la política energética que instrumenta actualmente el gobierno, resulta difícil asimilar los compromisos internacionales que México ha establecido para reducir las emisiones de GEI. En la práctica, parecería que el propósito estratégico de la presente administración – vinculado al rescate de Pemex y la CFE – significa un obstáculo para cumplir con los compromisos que el país ha suscrito.

En este aspecto, el gobierno podría disipar dudas y cuestionamientos si elaborara e instrumentara planes creíbles – donde se detalle el qué, cómo y cuándo – para cumplir con metas razonables que fomenten la confianza de los inversionistas, la industria y los ciudadanos. De lo que se trata es de que instrumente la transición energética con visión de largo plazo, respetando los compromisos internacionales en materia de cambio climático.

Estos compromisos deben estar vinculados a políticas nacionales sujetas a evaluación constante. El gobierno debe establecer marcos de acción que fomenten la participación de todas las dependencias del gobierno federal y de las partes interesadas en la planeación e implementación de una transición ordenada. En este planteamiento debe haber espacio para imaginar y comprender los efectos que en el largo plazo tendrán las políticas y los proyectos energéticos sobre las personas.

En pocas palabras, el futuro energético debe construirse a través del diálogo y la deliberación.