El tiempo sigue su marcha a pesar de la crisis del coronavirus. Las medidas de salud pública adoptadas en todo el mundo empiezan a pasar factura, dejando al descubierto toda clase de retos. Algunos de ellos, aun cuando no son precisamente producto de la pandemia, se han acentuado durante los pasados meses. Otros, apenas incipientes, amenazan con crecer y convertirse en una seria amenaza para el devenir de la humanidad. No cabe duda de que el planeta está actualmente sumergido en los vericuetos de lo incierto.

Después de un año inédito en la industria petrolera, donde atestiguamos una caída histórica de los precios de los hidrocarburos y la destrucción de la demanda de petróleo, las compañías petroleras viven un complejo desafío vinculado con la rentabilidad del negocio. Para sortearlo, el año pasado redujeron las inversiones en exploración y producción. Sobre este particular, el “Market Report: Oil 2021” de la Agencia Internacional de Energía (AIE) señala que en 2020 las empresas gastaron un tercio menos de lo que habían estimado gastar a principios de ese año y 30% menos que en 2019. Una posible ramificación de estos ajustes podría ser un abrupto incremento de los precios del petróleo ante la posibilidad de que la demanda se recupera antes de que las petroleras puedan reaccionar y aumenten el suministro.

Los retos de la industria no han parado ahí. Uno de los desafíos que más se han evidenciado en estos meses tiene que ver con el medio ambiente. Tras el brote del virus SARS-CoV2, los confinamientos y la drástica caída de la actividad económica, la crisis climática ha tomado un lugar primordial en la palestra pública, motivando la instrumentación de medidas audaces para moldear una recuperación económica sostenible. En este contexto, muchos gobiernos aumentaron el apoyo a las energías renovables con la finalidad de acelerar el impulso hacia un futuro con bajas emisiones de carbono.

La adopción de políticas públicas para apresurar la transición energética es factor que suma a la incertidumbre con respecto al futuro de la industria del petróleo. Frente a esta situación, las compañías petroleras deben asumir mayores compromisos de inversión en proyectos renovables, de eficiencia energética y de otras tecnologías limpias si es que realmente desean jugar un papel relevante en el futuro post Covid-19.

En cuanto a los retos incipientes que podrían convertirse en una seria amenaza mundial por la crisis del coronavirus, uno de los más evidentes es la desilusión de los jóvenes cuya edad oscila entre 15 y 24 años. Sobre este tema, el Foro Económico Mundial (WEF) reconoce en “The Global Risks Report 2021” que estas generaciones experimentan actualmente una gran incertidumbre debido a que la pandemia ha afectado su situación escolar o su incorporación al mercado laboral. Habiendo vivido ya los efectos de la crisis climática, las consecuencias de la crisis financiera de 2008 y el constante aumento de la desigualdad, estos jóvenes enfrentan hoy nuevos y serios desafíos relacionados con su educación, con sus perspectivas económicas y con su salud mental. El confinamiento, en pocas palabras, se ha empecinado con ellos.

En un contexto donde la voz de la juventud ha tomado mayor relevancia en las calles y en las redes sociales, la desilusión de las nuevas generaciones se debe entender como un reto para las instituciones y la estabilidad política. Mantenerse ajeno a esta realidad podría hacer que los confinamientos generen tensiones intergeneracionales y profundicen los cambios sociales que se viven a nivel mundial.

Aun cuando el destino de la industria petrolera y la desilusión de los jóvenes parecerían no tener vínculo alguno, cuando se reconocen como retos de la pandemia, el panorama cambia. Ambos desafíos, amalgamados, podrían tener serias repercusiones. Sobre todo en aquellos países, como México, donde el futuro de la industria es poco claro y donde los jóvenes de 15 a 24 años de edad, que representan el 8.4% de la población total (INEGI, 2020), se han visto profundamente afectados por los acontecimientos del último año.

Por eso no es absurdo pensar que, en caso de que Petróleos Mexicanos (Pemex) continúe desdeñando la posibilidad de participar en la construcción de un futuro sostenible, las nuevas generaciones en nuestro país asimilen esta decisión como una afrenta a sus derechos y legítimas aspiraciones. Bajo esta lógica, no es improbable que la desilusión de la juventud se exprese en forma de protestas o a través de las urnas. Las profundas afectaciones que les ha dejado la crisis del coronavirus serían un revulsivo para que, esto que ya ha sucedió antes en otros contextos, se materializarse nuevamente. En este caso, serían los jóvenes y no la clase política los que moldearían el futuro de la industria petrolera en México.

Para aquellos que creemos en el ímpetu de la juventud, esto significaría un sueño hecho realidad.

Arturo Carranza Guereca 

Sígueme en Twitter:  @Art_Carranza