En alguna colaboración anterior comentaba la diferencia, en el mundo de las redes sociales, entre reputación y notoriedad. Sin querer banalizar los términos, la enorme necesidad de notoriedad con la que nos topamos diariamente al observar a personas de prácticamente todas las edades, que se toman fotos para que sepan que estuvieron en un evento o cerca de algún personaje. Un ejemplo cercano es la caminata que Barack Obama y su esposa realizaron luego de su último discurso público ante a una nutrida cantidad de seguidores. El discurso fue emotivo y concreto de las ideas que el presidente impulsó durante su gobierno, pero la caminata transmitida por televisión dejó ver a muchas personas que preferían tomarse una foto cerca del candidato que saludarlo de mano; “mira yo estuve en el evento” podría decir cualquiera de las personas convocadas ahí. Personas que contorsionaban su cuerpo con tal de aparecer en la foto de su dispositivo cuando el aún mandatario pasara cerca de él. Eso era la importante. Subir a sus redes la “selfie” y ganar notoriedad entre quienes se confirman como amigos en sus redes. Como personajes de ficción, en lugar de acercarse a su admirado y pedirle una idea o incluso darle un saludo, caminaban de espaldas viendo su teléfono para cazar el momento de un disparo oportuno. Notoriedad, es el elemento esencial en la transmisión de los mensajes en ese tipo de casos. Cuando hablamos de países el término puede traducirse a “Imagen”. En el libro de “Orgullo y prejuicios. Reputación e imagen de México” Leonardo Curzio le pone una excelente repasada a la falta de estrategia por parte del gobierno mexicano para generar una imagen de México que corresponda a lo que es el país. La “Marca México” (con todas las críticas que pueda tener la idea de que un país se reduce a una marca) no corresponde a la de un país innovador, sino a la de un país “que despliega una narrativa convencional sobre su brillante pasado y su impresionante legado cultural”. Curzio menciona dos aspectos que contribuyen a la ausencia de una buena imagen de México; uno de ellos es “que la capacidad de generar contenidos sobre nuestra realidad es bastante limitada” y que “nuestra reputación no es muy sólida… pervive la huella de un país con una débil cultura de la integridad, un muy bajo respeto por la ley, violento, atormentado por un pasado que no consigue resolver y una infraestructura vetusta y superada”. Entonces, lograr presentar una buena imagen de país no es solamente un asunto de campañas publicitarias; de conceptos creativos o de frases memorables. No es tampoco resultado de un manejo de prensa que rescate factores inteligentes del país o de las personalidades destacadas del mismo. Mercadotecnia y relaciones públicas son, a lo mucho, disciplinas útiles para alcanzar objetivos siempre y cuando se tengan claros. Cuando se trata de mejorar la reputación de México, las cosas se vuelven mucho más complejas. La reputación se construye con años de trabajo y consistencia en los objetivos. Políticas internas que acomoden las piezas del rompecabezas político en un plan capaz de ganar la admiración de quienes voltean a vernos. La pregunta es obvia para los mexicanos: ¿Cómo lograr esto si cada 6 años cambian de estrategia? Cómo lograrlo cuando los medios de comunicación asentados en México, así como los propios medios mexicanos, difunden en todos sus espacios, incluidos los estelares, un porcentaje mayor de noticias de violencia y deterioro social. Y no es que deje de informarse, pero el interés de un rating mayor apabulla las ideas inteligentes; los mensajes positivos… y así la bola de nieve que no para. Para lograr una buena reputación, es necesario que la realidad sea sólida y no espejismos de mercadotecnia. No se trata de ocultar, pero si de tener un plan y serle fiel. Agreguemos la coyuntura. Frente a los ataques de Donald Trump nuestros políticos han preferido bajar la guardia y arriesgar a la interpretación individual de quienes en el mundo ven y escuchan lo que el presidente electo ha dicho y dice de México y de los mexicanos. Muchos de los llamados intelectuales han llamado a la imperiosa necesidad de presentar respuestas contundentes que fijen la postura nacional frente a las afrentas de un personaje singular que será presidente de Estados Unidos. En un artículo publicado en el New York Times y del cual comenta Reforma (18 de enero 2017) el historiador Enrique Krauze afirma que “Trump está esencialmente llamando a una confrontación entre los dos países. México debe responder diferente esta vez. El Congreso debe ofrecer al mundo un ejemplo de dignidad, demandando una disculpa al próximo Presidente de los Estados Unidos por haber llamado a los mexicanos violadores y criminales”. Y continúa Krauze: “Una disculpa de este tipo es imperativa, y será la mejor señal de que cualquier negociación, por difícil que sea, puede ser conducida dentro de un marco de respeto mutuo y buena fe. Sin estos dos puntos, no hay terreno para una negociación”. Subir los índices reputacionales no se logra comprando notas en diarios del mundo. El país debe mostrar los arrestos suficientes para que, con la dignidad que implica un mensaje inteligentemente diseñado y valientemente expuesto, pueda enfrentar los ridículos menosprecios del discurso del señor Trump, por ejemplo. Hasta donde alcanzo a ver, la diplomacia de un país cualquiera debe jugar sus cartas de prudencia y protocolos, pero con valentía. Sería mucho más fácil mejorar los índices reputacionales y por ende de imagen si el gobierno mexicano se encontrara inmerso en una estrategia seria por corregir los problemas de corrupción y violencia que nos aquejan. Esta estrategia por si misma es un mensaje que en todo el mundo aplaudirían; pero una cosa es voltearnos al ombligo y llorar nuestros complejos y otra es actuar para resolverlo y comunicarlo con seriedad contundencia. Lograr la “Reputación México” es primero; después vendrá la “marca” México que todos queremos ver.